domingo, 14 de abril de 2013

Escribir (obra ganadora)



Ayer por la mañana necesitaba escribir, me pasé dos horas delante de la hoja en blanco del ordenador. Odio la pantalla en blanco del ordenador.
Ayer por la tarde hubiera dado lo que fuese por vomitarlo todo. Pero ya sabes que las palabras, cuándo quieres que salgan se te enquistan. Sólo salen cuando son inadecuadas y saben que van a causar daños colaterales. Por eso me gusta la hoja en blanco del ordenador, porque puedes borrar lo que sobra.
Ayer por la noche no podía más. O lo soltaba o explotaba. Lo malo es saber que está y que no se materializa, es como una enfermedad que no sabes si quieres descubrir. Decidí evadirme del mundo intelectual y llamarle a él. Un poco de conversación sin interés alguno, superficial, así no tengo que hacer ningún esfuerzo. Y el sexo de siempre: de ese que solo se puede tener si no hay amor, ya sabes… ese sexo salvaje y que es simplemente dejarse llevar por el cuerpo. Pero dios, me gusta tanto…
desconectar de la mente y sentir simplemente el cuerpo… sentirme como una estrella porno. Pero solo por un rato… Enseguida miré a su ordenador y vi la pantalla en blanco del ordenador. Y me acordé de ti.
Ayer dormí con él. Más por inercia que por propia iniciativa. Sabía que te iba a decepcionar, pero no sé si estoy preparada para no hacerlo. Cuándo él se durmió, mi mente volvió a ti, me acordé de esa peli, ya sabes, donde la chica le dice a su marido que le quiere pero que le dejaría por cualquier otro. Yo nunca te dejaría. Entonces, en el estado de duermevela empezaron a salir las palabras, y se me ocurrió un poema bastante bueno.

Iba sobre nosotros, sobre la libertad y las hojas en blanco del ordenador. Sobre lo curativo que es soltarlo todo. Y adictivo; en el mal sentido. Sobre qué te hace adicto al drama y a los cuentos de hadas, en partes iguales, y entonces te divides en una versión de doctor Jekyll y mr. Hyde. En el poema aparecíamos nosotros; también había una chica con la piel morena y un escotazo que te sonreía, y un chico con una cazadora de cuero y pelo largo que me miraba de reojo. Nosotros nos íbamos juntos, no sin antes haberles dado nuestros teléfonos, claro. Era un poema muy mío: sin adornos, sin adjetivos, pesimista pero divertido. Decía claramente lo que tenía que decir, pero no quedaba soso. Existía cierta atmósfera… verde pesadilla, sí, ese sería su color, a lo Walking Dead, para que me entiendas. Pero de repente había detalles en rojo y colores saturados que hacían la estética variar hacía el mundo naif de Amelie. Y al final acababa bien. Nosotros éramos felices. Era un buen poema, de los mejores que he escrito…
Quise escribirlo, pero él estaba a mi lado y era tarde para encender el ordenador. Además, el blanco de la pantalla del ordenador podría haberle despertado.
Esta mañana, cuando me he levantado, se me había olvidado todo el poema, sólo tenía la sensación de que tenía que haberlo escrito, que hubiese cambiado todo para siempre, y, seguramente, para bien. Pero se me había olvidado por completo. Se había borrado, como la pantalla del ordenador que tanto odio.

María Coca

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